DETRAS DEL ARCO IRIS

La abuela me enseñó a tejer con palillos, cuyas puntas redondeaba para evitar que me hiciera daño, y tejíamos juntas horas y horas hablando de princesas encantadas y reinos majestuosos que se levantaban al otro lado del arco iris.

Creamos un castillo de gigantes, donde todo tenía ese aspecto: gigantes soberanos, gigantes vasallos, gigantes y hermosas damas de cabelleras largas y gigantes jardines donde podíamos tomar un enorme tazón de leche.

Como todo era gigante, cada uno de los habitantes de ese enorme terreno tenía un “Gigante Corazón”, es decir, enormemente bondadosos.

De todos los personajes creados, mi preferido era un jardinero que no podaba rosas ya que su esencia se lo prohibía, más bien su misión era hacer crecer enormes rosales alrededor del reino.

Como en toda historia de hadas y no sé en qué momento, se nos coló un malvado que comenzó a cortar las rosas para llevarlas a su propio reino, cuando el jardinero descubrió aquel daño, comenzó a recoger llorando una por una las hojitas de las alicaídas rosas, por cada lágrima derramada nacerían el rojo, naranja, amarillo, verde, azul, y violeta que, al mezclarse con la luz se quedaron plasmados en el arco iris.

Como él era nuestro héroe, tomó al villano por los pies y luego de hacerlo girar y girar lo lanzó tan lejos como pudo. Una vez repuesto el malvado creó un mito entorno al reino: “Detrás del arco iris existe una olla llena de monedas de oro”, todo para llevar a los incautos al reino de la gente de gigante corazón.

Lo que el villano no sabe es este secreto –que te lo cuento murmurando-:

“El reino… se mudó… dentro del arco iris”.